Carta a mi habitación:
Querida y recordada habitación, comprendo que extrañaras que redacte para ti estas cortas líneas. Hace mucho rato no comparto mi tiempo con tigo y creí conveniente, preguntarte por algunas cosas que deseo saber si conservas.
¿Quisiera estar al tanto, si aún posees esos pequeños cuadros de madera que muestran mi gusto por los caballos, delfines y paisajes? ¡ me imagino que deben estar un poco olvidados al igual que el retrato enmarcado que anuncia que soy tu dueña!.
¿Qué me cuentas del closet; ese que guarda algunos vestidos de ojalillo de aquellos que me ponían para ir a misa y una que otra ropa que utilizo cada que voy a visitarte? ¿ qué hay de la cama que ocupa gran parte de tu espacio? Si te contara que esa la hizo uno de los carpinteros del pueblo, con la madera de un teka que mi padre corto del solar.
¿Últimamente sí han limpiado tu repisa? Recuerda que en ella conservo las viejas obras literarias de requisito en el colegio, los libros que he leído y releído, los archivos de periódico sobre todos los destinos turísticos en el mundo que siempre he querido conocer, los diarios que recogen mis historias y desvelos, el par de muñecas y peluches que atesoran inherente mi infancia, y la colección de caracoles, caracuchas y corales.
Quisiera saber de los cofres de madera que contienen la colección de cartas de amor, credenciales, carnés del colegio y de cuanto club he pertenecido, medallas de honor y todo cuanto podía guardar. ¿Conservas la alcancía al costado de la puerta que por lo general sólo sustentaban el gasto diario de las chichas de maíz y las galletas de limón que vendía la vecina?.
Ya estoy algo triste y atragantada por la falta que me hacen todos, pero no creas que mi escrito se dirige expresamente a preguntar por los objetos que posees, también quería compartir y recordar algunas experiencias que viví al lado tuyo. Era muy agradable estar cerca de la ventana de madera que tranquilamente abría, para que entrara la brisa y poder escuchar el ruido del mar.
Me gustaba mucho observar por los calados como se zarandeaban las salamanquejas para pescar los insectos que se posaban inadvertidos en la pared; y también por ellos veía pasar a la gente a tardes horas, cada que los ladridos de los perros anunciaban su paso. Tu me acompañabas cuando me quedaba leyendo a escondidas a la luz de una vela o con una linterna, porque mi madre apagaba la luz temprano para que pudiera madrugar a clases al día siguiente, pero no podía dejar de saber que pasaba en las historias de Homero que leía, y que con el paso de las horas se tornaban mas interesantes.
¿Sabes, escuche que en estos días te van a hacer un cambio estético?, creo que van a pintar los soportes de madera y las tejas de eternit que te conservan fresca. ¡Yo recomendé un color “palo de rosa”, seguro te queda bien!
Le pedí a mi papá que no te quitara el ventilador de techo, porque con sus vueltas me hacia dormir en las tardes de calor, quizás acá su aire produzca un efecto contrario, aún no me acostumbro al frío…
Hablando de papá, extraño cuando llegaba del trabajo muy de noche, y en uno de eso días que me encontraba leyendo a escondidas, se sentaba en la cama y emprendía a hablar de la vida, de carros, del campo, y me contaba historias de cuando era niño; a mí me gustaba que me hablara de cómo era el volcán antes de que las personas se pudieran meter y otras historias del pueblo. Y Tú compañera fuiste testigo de todas nuestras conversaciones.
Amiga, dicen que el hombre es un animal de costumbre, pero particularmente reclamo cada día estar con tigo, y no con la habitación que he construido en esta ciudad, ¡eres mi viejo e irremplazable cuarto de recuerdos!
Como sé que en estos momentos debes estar un poco ocupada, pensando en que va a ser de ti, te pido no impacientes, por que si Dios quiere pronto nos estaremos viendo.
Extrañándote mucho, Andy
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Es tu arrecife de coral y aquí dejas tu huella marinero...