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El más viejo de El Pueblo

Atolón de Andrea Doria


El viejo viajero decía: “Dar gracias es de sabios”

La viajera llegó a "El Pueblo" la víspera de Navidad . Ese mismo día conoció el amor; y el encanto de una villa que paseaba, se hacía luz, agua y recuerdos. Lo que la viajera no recordaba era que esa lugar la había acariciado en un siglo pasado, cuando en otra vida fue ave. Aquel reencuentro, propiciaba otro gran encuentro y un viaje por las legiones de sus antepasados y al interior de su espíritu. Y en ese soplo inició el “bien” viaje, un camino de regreso y despedida. Un camino de dar gracias.


La viajera no estaba segura si despertaba, soñaba o recordaba. En una ocasión leyó que la inspiración llegaba en los sueños. Con el manto de la noche, cuando el hombre estaba en regocijo consigo mismo. La viejera estaba perdida. Sólo algo tenía presente; Debía escribir. Y en los últimos tiempos no paraba de soñar, por tanto debía ponerse en el camino, sacar brújula y andar. Exponerse, pintar los sueños, ponerles música. Volver de ese viaje interior; hacerse luz, agua y presente.

Para conocer el Pueblo, la viajera decidió hablar con el más viejo del lugar; cómo suelen hacer los humanos. Pero no conocía a ninguno; y ninguno se percataba de que la viajera forastera visitaba esas calles. Todos andaban ocupados con la compra para el festín del día siguiente. Un carretillero que estaba en la estación de buses, le miraba con “mirada” fija y desconfiada. Y la viajera que en otro tiempo fue ave, ya conocía muy bien ese asedio de sentirse observada. Miró al carretillero, como hacen los humanos que no quieren revelar el miedo. Y para mostrarse más valiente se dirigió a él para encontrar una respuesta de algo. El carretillero que escuchó los pasos de la viajera, imitó a uno que no se entera de nada, continuó atando un saco de arroz, al lado de un cerdo y dos pavos.

-Hable con la taquillera, yo soy del pueblo del lao’- Dijo el carretillero con acento seco, sin dejar de atar el saco.


-¡No señor, lo quiero saber es ¿sí los pavos están a la venta?- Dijo la viajera para romper el hielo, pues en sus bolsillos llevaba lo necesario para lo necesario. Y un par de pavos significaban un placer exquisitamente no sencillo. En realidad la viajera habría no querido hablar más con el carretillero. Le parecía grotesco y olía muy mal.


-No están a la venta, y hoy no creo que encuentre na’. La gente aquí los compra por encargo- Dice el carretillero, alistándose para dejar la estación.


Bueno, realmente lo que quería saber es –Pregunta la viajera pensando que lo más sencillo para llegar al grano era preguntar por el grano- ¿ Quién es el más viejo del pueblo? Pero ya me ha dicho usted que no es de este lugar.

Ah! Pero eso lo sabe todo el mundo- Responde el carretillero alejándose-: El volcán.

-¿El volcán? Contra pregunta la viajera; aún más confusa.

-Sí, El Volcán. Dice el carretillero y se pierde entre la muchedumbre con una sonrisa.

Hijo del gran volcán de Arboletes, Colombia

2 comentarios:

  1. Muy bueno, me alegra volverte a leer.

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  2. Me alegra que me vuelvas a leer después de tanta ausencia. Un gran abrazo mi querido Pablo y hasta un próximo café.

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Es tu arrecife de coral y aquí dejas tu huella marinero...