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Anclada en el Atolón

Atolón de Andrea Doria

Buena semana marineros! No quería iniciar la semana así...o sí que quería...


El Aguacate, Capurganá. Colombia

Hoy no voy a escribir sobre un destino de viaje como solía  hacerlo los últimos meses. Ni siquiera sé si volveré a escribir para compartirlo en este blog. Hoy me siento cansada, enfadada conmigo, en Stand by. Hoy voy a emprender un viaje a mi interior; Voy a recorrer los caminos que he hecho en el último año, volverlos a andar, recoger los pasos y abandonarlos. Dicen que los caminos los hacen las personas con su andar y desaparecen cuando se abandonan. ¿Acaso el verdadero viajero es aquel que no deja rastro? ¿Acaso importa? Sí el rastro de ese camino y movimiento es imposible borrar de la memoria. ¿Cómo abandonarlos? Después de un año de aventura, estoy anclada en el Atolón, con muchos lugares en la mochila, muchos colores en la mirada; mar, viento, montaña, nieve, arena, paz, naturaleza. Y lo más importante un movimiento interior profundo, donde se desmaterializa el viaje y se alimenta la experiencia de vivir. Bueno, He regresado, finalmente.


Mi primer viaje serio se me vino a la cabeza a los 14 años. Dos años antes de terminar el colegio, pensaba que no quería seguir viviendo en el lugar donde nací. No porque no me gustara; curiosamente ese año debía escoger una carrera técnica para especializar la media vocacional del colegio, pues escogí Hotelería y Turismo con la intención de preparar ese viaje. ¿Por qué? Creo que la culpa la tuvo la lectura, resulta que era fanática de devorar los libros de aventuras de la biblioteca municipal y los periódicos que llegaban a la emisora. Los miércoles especialmente llegaba una separata de viajes; y yo recortaba el destino e iba pegando en un libro donde tomaba apuntes de las cosas que más me gustaban del lugar. Al terminar el colegio con el título “bachiller técnica en Hotelería y Turismo”, tenía más de 13 diarios de viaje, y cinco diarios personales. En los diarios de viaje casi todos los destinos eran de mar; y en los personales casi todas las páginas coincidían en que cuando terminara emprendería un viaje sin regreso. Y ese fue mi primer viaje serio: Hacer un largo viaje.

¿Por qué cuento esto? No sé (no tiene tanta importancia).

Justo a los 14 pensaba que si quería viajar por mi cuenta, iba a necesitar dinero. Lo único que tenía claro era que mi padre no me facilitaría la andanza. Allí las cosas eran diferentes a lo que pasaba en la ciudad, y la forma de pensar de mis padres (que son bastante jóvenes, y ya no piensan así) era demasiado conservadora para mi gusto. Empecé a trabajar en un supermercado de cajera los fines de semana con el permiso de mi madre, a escondidas de papá (que al final se enteró). Me gustaba mucho, además no se me daba mal. En las mañanas iba a la emisora para hacer un programa juvenil, de viajes y cositas varias; y a las 10 entraba a trabajar hasta las 18. En resumen a los 16 viajé, contra viento y marea y para no alargar el cuento…. Hasta los 26 las cosas no cambiaron mucho: Estudio, trabajo, viajes. Como una fórmula de independencia.

En diez años es mucho lo que he conocido, más nunca suficiente lo aprendido. Por eso la necesidad de interiorizar esos viajes pasados, esas experiencias y las del último año y a ver si me desenfado conmigo. El último año las cosas parecían imposibles, pero se fueron dando con un poco de osadía y ayuda… lo he tenido muy “fácil” con todo lo difícil que ha sido. Pero creo ha sido la parte más significativa del viaje hasta ahora, encontrar que no pertenezco tampoco aquí, y que no tengo casa. Podría dividir mi vida en dos periodos. Y esta última la de mayor aprendizaje.


Todos estos años han dado fruto en una sensibilidad exquisita que saboreo intensamente. Después de este último año que no había regresado a “muelle”, como x lugar pudo hacer sido (entre comillas, porque me he quedado anclada) Tengo un collage de lugares, recuerdos, caminos, voces, personas que pesan más que mi maleta. Que aún estando quieta, significan movimiento, dolor, felicidad. Que aunque esté en “Consumo en espera” no paro. Me agoto y veo un abismo. Estoy aquí, desnuda, frágil, navegando en mi interior. Con miedo de encallar, con miedo de alzar el ancla. Con ganas de saltar al vacío, sabiendo que es vital para el encuentro, con la incertidumbre de si podré volar y acariciar la libertad. Con la sensación de que estar en casa también es necesario, con la conmoción interior de dejar que esta el rumbo lo señale el viento. ¿Acaso el verdadero viaje es aquel que alimenta el interior pero no deja rastros materializados? ¿Cuál es el origen? ¿Cuál es el destino? Y ¿Cuál es el último viaje? ¿Acaso estoy viajando?



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